Convivir con Adolescentes

Convivir con Adolescentes

 

Si hay una etapa en la vida del niño que preocupe más a los padres y que más les haga reflexionar, esta es sin duda la adolescencia.

La adolescencia es un periodo de transición entre la vida infantil y la vida adulta. Los jóvenes tienen que enfrentarse a grandes cambios en el crecimiento físico y el desarrollo fisiológico que unidos a la formación de su identidad, la maduración social y la inestabilidad en el manejo de las emociones, hacen de esta una etapa de mayor riesgo y vulnerabilidad que genera cierta inseguridad a la hora de gestionar la paternidad con nuestros pequeños adultos.

Todo este cambio natural, se une a las influencias mediáticas, sociales y nuevas tecnologías que repercuten fuertemente en la conducta de los adolescentes, intensamente influenciada por los mecanismos de socialización a los que tienen acceso.

Si desde un principio en la familia ha existido un diálogo y una transmisión adecuada de valores, que se han llevado a cabo estableciendo unas reglas y límites de cuyo incumplimiento se han generado unas consecuencias pactadas entre toda la familia, será más fácil la comunicación y conseguir que todos sepan adoptar el papel previsible de cada etapa. Pero si en la familia no ha habido una comunicación basada en el diálogo y coherencia entre teoría y práctica, será más difícil afrontar los retos que esta fase requiere tanto para los hijos, como para los padres.

Para mejorar nuestra comunicación, nos será de gran ayuda, considerar algunos principios que hagan de este momento una oportunidad para mejorar la relación con nuestros hijos y sentar las bases de un futuro prometedor en nuestros jóvenes adolescentes:

  • Prestar atención a lo que nos están contando: es muy típico que al conversar con nuestros hijos, estemos más pendientes de lo que tenemos que decirles y cómo se lo vamos a exponer que en lo que ellos nos están queriendo transmitir.
  • Valorar sus ideas: subestimar lo que están compartiendo con nosotros, es lo mismo que menospreciarlos a ellos mismos.
  • Hacerle saber que si se ha equivocado, tiene la posibilidad de rectificar la próxima vez. No caigamos en el error de recordarle que siempre actúa igual usando etiquetas, y generalizar dando por sentado que ese es el tipo de actuación que esperamos de él, es una visión negativa que acabará por ser la que le defina. No extendamos el juicio de lo negativo de las acciones hasta la propia persona.
  • Interrumpiendo su discurso de forma indebida no para aclarar una idea, sino para dar nuestra opinión, calificar o corregir, interrumpiremos el proceso comunicativo.
  • Elegir el momento o espacio adecuados y no utilizar una postura defensiva al abordar ciertos temas. Esto no facilita la comunicación e inclina las conductas hacia posturas de ataque al otro.
  • Los procesos de comunicación con formato de amenaza u orden no conducen al diálogo. En muchas ocasiones la reacción del otro facilita una conducta violenta de escala ascendente que puede terminar en insultos, castigos desmesurados o acciones irreflexivas fruto del estado emocional momentáneo (portazos, gritos, golpes) con consecuencias, en ocasiones, lamentables y que propician situaciones que luego tendrán difícil arreglo.
  • Falta de conocimiento de la personalidad del otro.  En el caso de los hijos, esta identidad tiene formato evolutivo, no es lo mismo un niño, que un adolescente. En este caso es frecuente caer en la tentación de responder, ante lo que siente como una agresión u ofensa, utilizando el mismo tono que el adolescente.

Y para terminar, os compartimos un vídeo con un mensaje entrañable para los padres y madres de nuestros adolescentes.